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Siempre a la espera, siempre callada, siempre guardando silencio, sin hacer ruido, siendo el epicentro de todo lo nuestro, siempre en un desván de sueños que se van cumpliendo porque Ella así lo ha decidido hace mucho tiempo.
En un rincón, en su paso, en su capilla del Cerro, haciendo de su reinado un ejemplo de ser grande en la mayor de las certezas, el amor que te tienen tus hijos, a los que arropas con tu mirada oceánica, profunda, carismática, única y arrebatadora.
Nos estabas esperando
Nos estabas esperando, igual que esperabas a los que te sacaron del ostracismo, igual que esperas a los que vendrán para ponerte bajo un cielo de promesas que te debemos y te deberemos hasta que llegue el día de la gloriosa majestuosidad de verte entre flores de cera, siendo la joya más hermosa de un joyero que será un crucero de esperanzas por las calles de la ciudad que te vio nacer.
Estás donde tú has querido estar, donde nos has arrastrado en un mar de dudas y de certezas. Porque navegabas a nuestro lado. Estás en el sitio que tú deseas, reinando junto a Él, tu Hijo, tu encarnación hecha carne, tu Dios, tu Rey, tu Señor y tu Reino.
Estás ahí, durante unas horas, ese es tu sitio de privilegio, arropada y consolada por el discípulo amado, tu otro hijo, San Juan. Y en medio del caos que sería la subida a aquel Gólgota de dolor y sufrimiento. Vas revestida de oro, de donaciones de tus hijos, los de antes y los de ahora, que siempre han querido verte lo más exultante posible.
Y ahí, cuando estás cerca de Ella, es cuando ves lo que es Ella para todos. Tus galeotes te aclaman, tus capuchones te rezan y te lloran y todos te miramos a ti y lo miramos a Él, con los ojos del corazón, los auténticos ojos, los del interior.
Somos seres inferiores a tu lado, tu belleza nos hace pequeños, nos deja sin palabras cada vez que te tenemos cerca, a pocos centímetros de tu excelsa presencia.
Quien no te ve es porque no quiere verte a ti, porque quiere verse a él mismo o a ella misma y al final sólo se encuentra a él mismo en un laberinto de contradicciones del cual, no hay salida, hasta, claro está, te pongas en sus manos misericordiosas.
La Virgen que no se ve
La Virgen que no se ve, reina el año entero en su altar, es revestida por las mejores manos, es adornada por las mejores manos, es amada por los mejores corazones y es el timón y la guía de la Hermandad penitencial del Rocío.
Si alguien no te encuentra en tu paso, que lo mire a Él y te verá a ti, o te mire a ti y lo verá a Él. Si los ojos del corazón miran con amor y reconocimiento te verá siempre sin ningún tipo de problema. Reinas en un mar de belleza, en un deleite barroco, en un buque que amarra en el puerto de la tarde de las tardes de Cabra.
La Virgen que no se ve
La Virgen que no se ve, está en la estampa de los niños de su hermandad, en los labios de todos los que la piropean, en la rabia porque no le roce ni el aire, en la inocencia de los más pequeños, en la mirada cansada y dolida de nuestros mayores, en los que se fueron con tu nombre en sus labios antes de partir.
Ella está en el nombre de su hermandad, en los pies cansados que van al Cerro a pedir un empujoncito más. En las peticiones al Señor de la Salud, en la oración antes de cualquier acto, en el ruego por los enfermos, en la intercesión milagrosa de una madre.
La Virgen que no se ve, vuela cada Viernes Santo y reina cada vez que viaja a algún lugar, a San Francisco y San Rodrigo, a Santo Domingo, a la Asunción y Ángeles.
Ella es la capitana de su hermandad, la luz en la oscuridad, mírala siempre con los ojos del corazón y las verás a cada paso que das.
La Virgen que no se ve es la evidencia rotunda y el amor de todos sus hermanos por Ella, aquellos que la ven porque no se acuerdan de Ella un día, están con Ella, siempre en el lado izquierdo de su cuerpo, en el corazón.


